Publicado En: Lun, dic 5th, 2016

“El diablo ha muerto y… hasta beato se ha puesto”

Pensé que la muerte del dictador cubano sería una excelente oportunidad para medir las reacciones de nuestras autoridades y no me equivoqué, pero sí me sorprendí. Lo que pudo ser una ocasión de mostrarle al país la profundidad de sus convicciones democráticas y de su compromiso con los valores de una sociedad libre, justa y moderna, resultó ser la más evidente constatación de que el “establishment” nacional sufre de una tremenda carencia de principios y una  monstruosa falta de coherencia a la hora de relacionar el decir con el hacer.

Quedé “epaté” cuando la presidenta Bachelet, cabeza del Poder Ejecutivo de nuestro país, definió a Fidel Castro como… el líder de la dignidad y de la justicia social en Cuba y en América latina ¿Qué se puede esperar de un mandatario que así piensa?  ¡Nada!  Excepto lo que estamos viendo y viviendo, una autoridad omitida, preocupada solo de dejar que las cosas pasen, sin importarle el desvanecimiento de su gestión, ni el grado de aceptación que tenga en la comunidad nacional. Lo que importa es llegar al final “sin amargarse el pepino”.

Qué duda cabe que la interpretación romántica y populista del dictador por parte de la mandataria oculta a la opinión pública su propia carencia de “auctóritas” y de la capacidad de su gobierno para garantizar el orden y la seguridad interior, dando espacio para que en la Araucanía turbas terroristas controlen parte del territorio. Ni que decir del comportamiento del ejecutivo en materias económicas: países que antes nos miraban con celos por nuestro nivel de desarrollo, hoy crecen a niveles envidiables y somos nosotros quienes sufrimos la caída del crecimiento, el desempleo y la falta de expectativas en  los sectores productivos.

Si en estos días hemos comprobado lo perdido que anda el Ejecutivo, poco más podemos esperar del Poder Legislativo. Sumidos en profundo desprestigio, los parlamentarios parecieran deambular más cerca del irreal “Macondo” de García Márquez  (Cien años de soledad)  y del mágico pueblo “Comala” de Juan Rulfo (Pedro Páramo) que de sus electores. Diputados y senadores han dado muestras de estar tan lejos de la realidad que sus electores prefieren actuar mediante movilizaciones de todo tipo y motivo… que a través de sus representantes. Obvio, ¡la calle se oye más que el congreso en pleno! Así y todo, “no tiene nada de malo que nuestros representantes le brinden un reconocimiento al comandante Castro… total casi todos lo fueron a ver”.

La situación de nuestro Poder Judicial no es más satisfactoria: después de años de la Reforma Procesal Penal se ha sumido no solo en conflictos internos sino con los otros poderes del estado, en especial el Ejecutivo, lo que demuestra la fragilidad del sistema y la existencia de una justicia que no obedece al deseo de todos de vivir en un verdadero estado de derecho. Fiscales con sobre exposición comunicacional, con reiteradas faltas a la discreción, y jueces garantistas que debilitan el poder disuasivo de la justicia, hacen que cada día más el ciudadano común se sienta en la indefensión y el delincuente en la impunidad. ¿Será por esto que la no condena y el silencio a la inexistencia de un estado de derecho en la Cuba de Fidel Castro… se escuchó tan claro?

Por último, me pregunto, ¿estará en estos conflictos la explicación de tanta incoherencia política y del magnánimo tratamiento que nuestras autoridades le han dado al dictador cubano? Sin duda, no se sorprenda mi querido y fiel lector: para el establishment nacional  “… el diablo ha muerto y hasta beato se ha puesto”.